Llevaba mucho tiempo pensando en escribir y dar mi opinión sobre a polémica creada en torno al complejo cultural de la ría de Avilés. La muerte de Oscar Niemeyer hace unos días, me ha decidido a poner por escrito mi opinión sobre el edificio
Quiero dejar de lado la polémica sobre la gestión del centro cultural (aunque también tengo mi opinión sobre el asunto) y centrarme simplemente en lo arquitectónico. Para empezar quiero referirme a dos cuestiones que a lo largo del tiempo se han repetido como si de un mantra se trataran y que son erroneas.

La primera de ellas es que Niemeyer nos regaló el proyecto del centro cultural. En absoluto, el regalo fue únicamente del esbozo; tanto el anteproyecto como el proyecto fueron pagados al estudio de arquitectura de nuestro Premio Principe; también hubo que pagar al estudio español que se encargó de la ejecución y coordinación del mismo.
El segundo error me irrita más. Por mucho que se empeñen en repetirlo, no está pensado para Avilés, ni para Asturias. Hace un año más o menos, hubo que volver a pintar los edificios con una pintura especial porque debido a la lluvia (estamos en Asturias) había salido “verdín” en las paredes. Por otra parte, en los días lluviosos o grises, el edificio no se distingue –lo he comprobado en varias ocasiones.
En cuanto al edificio en sí y la valoración que se hace de él, tengo la sensación de que, cuando lo alaban, no ven al edificio sino a la persona que lo firma –de ahí lo del cuento de Andersen. Por más que lo miro –y practicamente cada semana paso junto a él-no termina de decirme nada. Podrá gustarte o no la arquitectura moderna pero el edificio Guggenheim, en Bilbao te “golpea”
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Pasarela de acceso, conocida como La Grapa |
Una última “pega” relacionada con la funcionalidad. A principios de noviembre asistí a la representación de
Pagagnini, del grupo
Yllana en el auditorio del centro cultural. La obra fue muy divertida y ellos tan buenos como suponía; eso sí, acceder al auditorio se hace bastante pesado. Primero tenemos que cruzar la Grapa (siempre que paso por allí en coche pienso en un hombre que tuviera un cuchillo atravesado en la cabeza), cruzar el puente de San Sebastián y luego la plaza. Por si no fuera poco, aún tienes que darte “otro paseín” hasta llegar a la sala. Entre una cosa y otra unos veinte minutos.
Tengo la sensación de que con el Niemeyer sucede algo similar a lo que nos cuenta Andersen en
El traje nuevo del emperador. Todos alababan el traje a pesar de que ninguno era capaz de verlo.
(Por si alguien piensa que he cargado las tintas con el edificio avilesino, les aseguro que soy igual de crítica con el “Calatrava” y les recuerdo que ya lo
había mencionado anteriormente)