La participación en una ruta literaria basada en este libro y organizada por la biblioteca de Riaño, fue la inspiración para el taller de historia que, en colaboración con el I.E.S. Jerónimo Gonzalez ha organizado el archivo este curso.
Reconozco que anteriormente a la lectura de este libro, lo único que había leído de Alejandro Gallo (quien fue sargento jefe de la policía local langreana) habían sido sus colaboraciones en La Nueva España. Al comenzar a leer tenía cierto recelo ¿Qué tal escritor será? Si mi valoración sirve de algo, diré que me ha parecido bueno. Su estilo es austero, con frases cortas y una prosa sobria; la historia está contada en segunda persona, lo que provoca cierto distanciamiento que no le quita ni un ápice de intensidad ni de emoción a la historia.
Alejandro M. Gallo |
Es una novela difícil de encuadrar, por un lado podemos incluirla en el género negro, al más puro estilo clásico. El protagonista de la novela vuelve a España, tras la muerte de Franco, para vengar la muerte de su hermano, ocurrida hace cuarenta años (eran maquis, guerrilleros) y para ello debe descubrir quién fue el asesino; hay afán de venganza –o de justicia-, violencia y nos muestra un lado muy oscuro de la sociedad.
Portada del libro |
Pero es además una novela histórica -puede que el autor no esté de acuerdo con ello, al fin y al cabo cualquier novela que no transcurra en la actualidad podría clasificarse de tal- Remarco histórica y no “sobre la guerra civil” porque lo que nos encontramos es alguna referencia a la “preguerra” -la revolución del 34 (1934)- y a las guerrillas que tras el final de la guerra, siguieron durante algunos años hostigando al régimen.
Habla también del presente (de la novela) 1977; en España se está produciendo la transición, una constitución será aprobada en breve. Unos lo miran con esperanza y otros no quieren que eso suceda. Además, muerto el enemigo común, las diferencias entre unos y otros comienzan a hacerse sentir, ¡ay, la ideología!
Nuevamente vuelvo a caer en la contradicción al decir que es una novela dura –una buena cosecha de muertos, palizas además de otras torturas o la mención a los mareos, de los que no sabía nada – pero que al mismo tiempo me emocionó
La novela transcurre por tierras asturianas y de León pero la mayor parte de ella lo es en esta cuenca minera en la que trabajo desde hace bastantes años. Reconozco muchos de los lugares que menciona y no puedo por menos de sonreír y recordar mi primer viaje como conductora por la carretera de Santo Emiliano cuando leo:
Observas desde el taxi el camino que asciende al alto de Santo Emiliano. Todavía no han conseguido eliminar sus curvas opacas en una pendiente que los mulos emprendían con asfixia. Llegáis casi a la cima que separa los dos valles, las dos ciudades, pero que confluyen en una misma historia.
Pienso en los chigres, ya casi inexistentes, en los que el suelo estaba cubierto de serrín para empapar la sidra que chiscaba el suelo al escanciar o en las botellas de sidra vacías que se acumulan en los mostradores o en las mesas (es la forma de llevar la cuenta de la sidra que se toma)
Cuando habla de la memoria histórica me vienen a la cabeza algunas de esas terceras generaciones con las que hablé y que me contaban algo muy similar a esto:
_La primera generación sufrió la represión, la segunda enmudeció, por miedo, por pánico, por asco, por…; la tercera se está preguntando que ocurrió, dónde están sus abuelos.
O me acuerdo de A. C. cuando me contaba habían interiorizado el miedo a hablar hasta tal punto que no fue consciente que no hablaba de ello hasta que uno de sus hijos le dijo que jamás les hablaba de aquella época. También de aquellos maestros que, nuevamente por miedo, habían quemado todos los documentos que les acreditaban como tales. Situaciones todas que viví en el trabajo y me quedaron muy grabadas.
Me gusta que se mencionen los archivos, aunque sea de refilón, y me alegro de que casi al final incluya esta frase:
La historia enseña que la memoria puede sobrevivir porfiadamente a todas sus prisiones y enseña que la justicia puede ser más fuerte que el miedo.
Pienso en los chigres, ya casi inexistentes, en los que el suelo estaba cubierto de serrín para empapar la sidra que chiscaba el suelo al escanciar o en las botellas de sidra vacías que se acumulan en los mostradores o en las mesas (es la forma de llevar la cuenta de la sidra que se toma)
Cuando habla de la memoria histórica me vienen a la cabeza algunas de esas terceras generaciones con las que hablé y que me contaban algo muy similar a esto:
_La primera generación sufrió la represión, la segunda enmudeció, por miedo, por pánico, por asco, por…; la tercera se está preguntando que ocurrió, dónde están sus abuelos.
O me acuerdo de A. C. cuando me contaba habían interiorizado el miedo a hablar hasta tal punto que no fue consciente que no hablaba de ello hasta que uno de sus hijos le dijo que jamás les hablaba de aquella época. También de aquellos maestros que, nuevamente por miedo, habían quemado todos los documentos que les acreditaban como tales. Situaciones todas que viví en el trabajo y me quedaron muy grabadas.
Me gusta que se mencionen los archivos, aunque sea de refilón, y me alegro de que casi al final incluya esta frase:
La historia enseña que la memoria puede sobrevivir porfiadamente a todas sus prisiones y enseña que la justicia puede ser más fuerte que el miedo.
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